Estaciones De Paso by Almudena Grandes

Estaciones De Paso by Almudena Grandes

autor:Almudena Grandes [Grandes, Almudena]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Youth, Bildungsromans, General, Psychological, Family & Relationships, Fiction, Short Stories, Adolescence
ISBN: 9788483103128
Google: JoFlAAAAMAAJ
Amazon: 8483103125
editor: TusQuets
publicado: 2005-03-14T23:00:00+00:00


esta solanera?, ¡sí, con esta solanera! Soy un hombre tranquilo. No me gusta gritar, nunca lo hago. Por eso, cuando ella me lo reprochó, volví a pedirle perdón, pero tampoco esta vez tuvo bastante. La afeitadora hacía ruido, pero no tanto como para ahogar su discurso, hazme caso, Carlos, por una vez, escúchame, en serio, verás... Estoy leyendo un libro de una socióloga californiana sobre el fenómeno de los hinchas de fútbol y es que te encuentro en cada página, de verdad... Es muy interesante, ¿sabes?, ella analiza el tema desde la perspectiva de la psicología masculina en tiempos de crisis, ya sabes, la respuesta del macho tradicional en un mundo donde las mujeres empiezan a escalar posiciones de poder, y establece una serie de conexiones con otros aspectos, la ideología política, la sexualidad, la paternidad, en fin, que leyéndolo he descubierto por qué sigues siendo tan rojo, porque lo tuyo es como lo de los ultrasur, poco más o menos, y no hablo de una pura forofez irracional, no creas, es mucho más complejo, se trata de la necesidad emocional de pertenecer a un grupo, y hasta, si quieres, del prestigio de un ideal romántico, y yo diría que un poco infantil, que te impulsa a apoyar siempre a los que pierden... Entonces dejé la máquina encima del lavabo, volví al dormitorio, me vestí muy deprisa y seguí escuchándola, ¿adonde vas?, te estoy preguntando que adonde vas, ¿quieres decirme adonde vas, Carlos?

El coche estaba en el garaje, y sin embargo ardía. Hacía muchísimo calor, pero di dos vueltas completas a la M–30 antes de serenarme lo suficiente como para decidir qué iba a hacer, adonde quería ir. Al final, conduje hasta aquel pueblo de la sierra donde había veraneado de pequeño, me senté en una de las terrazas de la plaza, me tomé una cerveza y me volví a Madrid para encontrarme con que Sonia había decidido arreglarse. Estaba muy guapa y llevaba un vestido nuevo, blanco, corto, escotado y con tirantes, como esos pijamas suyos que me gustaban tanto. Además, había encargado shushi para cenar. No puedo decir que la escenografía me conmoviera, pero acepté la oferta de paz que implicaba. Al fin y al cabo, el único rasgo que me permite estar a la altura del marido que mi mujer se merece, un europeo moderno, elegante y cultivado, es mi afición al shushi. Si incluyera en el mismo paquete la placa de descarga que uso para dormir, ella no estaría de acuerdo.

Habían pasado cuatro años, quizás cinco, pero aquella mañana de enero, mientras me afeitaba ante el mismo espejo, con más serenidad y menos bríos que entonces, aún podía recordar perfectamente el calor, el frío de esa otra tarde de verano. Habían pasado cuatro años, quizás cinco, pero yo estaba en el mismo sitio, y sin embargo estrenaba una soledad nueva, más estricta, más abrumadora, más desolada que ninguna. Al cabo de la mitad de mi vida, mi primo Carlos, mi capitán, mi cómplice, había atravesado por



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